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Cuarta Sesión, 22 de junio de 2002, 3 p.m. a 7 p.m.

CASO 23. Elfren Poemape Zorrilla y Ana Carolina Lira Chupingahua

Por favor señores, un signo de respeto es el silencio. Señores, el mejor tributo que nosotros podemos dar a los testimoniantes y a las víctimas, es a través de la reflexión, a través del compromiso y además en estas circunstancias, a través de un silencio atento. Acá la comisión invita a los señores Elfren Poemape Zorrilla y Ana Carolina Lira Chupingahua, a brindar su testimonio. Le ruego nos coloquemos de pie. Señora Ana Carolina Lira, señor Elfren Poemape, van a brindar ustedes su testimonio ante la Comisión de la Verdad y la Reconciliación y lo van hacer también frente al país. Prometen solemnemente hacer su declaración con honestidad y buena fe. Y decir sólo la verdad sobre los hechos que nos van a relatar.
Sí.
Muchas gracias, pueden tomar asiento.
Señora Ana Carolina Lira Chupingahue, y señor Elfren Poemape Zorrilla, la Comisión de la Verdad, les da la bienvenida y les agradece vuestra presencia porque seguramente el testimonio que ustedes nos van a narrar va a permitir que tomemos conciencia de que dentro de los millares de víctimas que ha habido como producto de la violencia política de nuestro país, así como hay tantas víctimas anónimas dentro de los civiles, hay muchísimas también víctimas anónimas dentro de las fuerzas del orden. Particularmente, dentro de la Policía Nacional. A usted señora, Ana Carolina Lira Chupingahua, sub oficial técnico de primera de nuestra Policía Nacional, que ha quedado disminuida como producto de un cobarde y cruel atentado terrorista. La hemos invitado acá, para que de su testimonio, que esté segura que vamos muy atentamente, tiene usted la palabra.
Muchas gracias. Bueno, señores de la Comisión de la Verdad, muchas gracias por darme esta cobertura. Le doy gracias a la institución a la cual represento por mi presencia en este lugar, tanto también de mi esposo.
Bueno, soy la Sub Oficial Técnico de Primera en retiro, Ana Carolina Lira Chupingahua. Soy de la Policía Nacional, egresada en el ochenticinco de la Escuela de la Policía Femenina, de la Ex Guardia Republicana del Perú. Las cuales yo tenía sus funciones de seguridad de establecimientos públicos, privados, fronteras y penales. He trabajado en varias dependencias policiales, también públicas y entre ellas estuve trabajando en penales. Castro Castro, Lurigancho, Palacio de Justicia, Congreso, Municipalidad de Lima, Ministerio de Energía y Minas, Pesquería y muchos más.
Estuve en el ochentiocho en Castro Castro, me casé en el ochentisiete, conocí a mi esposo en el servicio del cual tengo dos hijos. Por la cantidad muy minoritaria de policías femenina en la ex Guardia Republicana, nosotros rotábamos mucho en penales. Yo vivía en Cantogrande cuando me casé en Mariscal Cáceres, donde muchos elementos policiales vivíamos. Rodeados de Motupe, Montenegro, Maríategui, Huáscar, asentamientos humanos.
En ese tiempo, en el ochenta, estamos hablando de los años ochenta, ochenticinco. Había mucho amedrentamiento al Poder Judicial, había mucho amedrentamiento al pueblo por intermedio de tantas víctimas que hubieron, por intermedio de la violencia. No se escapó la Policía Nacional. Muchos uniformados fuimos víctimas de atentados terroristas, de comandos de aniquilamiento. Teníamos vivienda en Cantogrande, casi cuatro años. Vivíamos mucho los apagones y las diferentes, los apagones en los cerros. Habían pues las señales de la hoz y le martillo, que ya era algo acostumbrado en la zona.
Infectado de elementos terroristas veíamos como nuestros colegas eran acribillados a veces en el tránsito o a veces haciendo redadas. Vecinas mías, esposas de colegas que habían sido muertos por elementos terroristas. Lloré una vez en un velorio de uno de ellos. Fue difícil pero era un tiempo muy difícil, la vida del policía no valía nada. Cada día era normal, leer los diarios y ver que un policía había sido acribillado o que una bomba traicionara había destrozado a un policía. O de repente en una intervención para poder desactivar una bomba, pues un policía había sido destrozado.
Eso era el diario vivir de los ochenta, hasta el noventa. Nosotros siempre nunca pensamos que nos pueda pasar a nosotros. Cuando uno trata, hace un trabajo transparente, de responsabilidad y de amor a su institución y a su patria. Pero estas personas no sabían de eso. En, el trentiuno de marzo, del noventidós, teníamos dos niños, cuatro años el mayor. Un año un mes, el más pequeño y me acuerdo que no teníamos persona que nos ayudara. Y entonces, a Dios gracias el servicio de mi esposo, cuando yo estaba de servicio él estaba de franco y cuando yo estaba de franco, él estaba de servicio.
Entonces, ese día, un trentiuno de marzo, mi esposo se quedaba con mis niños pequeños. Mi esposo estaba con short, con sayonaras, con polo, como personas normales. Y él siempre tenía una costumbre muy hermosa, gracias a Dios, de acompañarme a mi paradero cuando tenía que ir a mi servicio.
Bueno, ese día me acuerdo que un mes antes, lo había bautizado a mis hijos. Y mi padre, le regaló una pequeña bicicleta a mi pequeño, al mayor de mis hijos. Me acompañaban, me acompañaban a dos cuadras al paradero. Sin presagiar de repente, y me acuerdo muy bien que los abracé y los besé y los miraba como si de repente fuera la última vez que los iba a ver. Pues no me equivocaba, me acuerdo de que al llegar al paradero, casi al llegar a las dos, a una pista amplia donde tenía que tomar el carro, en la otra pista, en la otra, en la parte lateral, parte de al frente. Divisé una combi que bajaba por Montenegro. Y le dije a mis hijos, a mi esposo, me despedí de ellos y crucé la pista, le dí la vuelta a las personas que estaban alrededor, en el paradero. Esperé que subiera un joven y de ahí traté de subir yo y escuché como un estallido.
Pensé que era la llanta del carro, de la combi, bajé la mirada a ver la llanta y era no, era el primer disparo que me tiraban por la espalda. De ahí sentí como un desvanecimiento y caí y me acuerdo que miré al cielo y dije: ¿por qué? De ahí comencé a querer levantarme, incorporarme y sentí como las balas entraban en mi cuerpo y como mi cuerpo se movía a cada impacto de bala que entraba. Era impresionante ver eso. Yo veía siempre en las prácticas que teníamos nosotros de sobrevivencia cómo a veces se utilizaba perros y se veía como se disparaba y como el perro saltaba y era el mismo cuadro que vi en mi cuerpo.
Entonces, yo decía Dios mío si sigo moviéndome me van a seguir dando. Y yo me acuerdo de que lo único que atiné es tirar mi cabeza a la izquierda y es donde entra la quinta bala que era el tiro de gracia, que me entra por el globo derecho y sale por la sien izquierda quemándome el nervio óptico de la izquierda. Fue difícil porque sentí pues que me quitaron mi cartera, me quitaron mi carnet y se fueron caminando. Caminando sentía pasos regulares, no sé que cantidad eran y sentí la presencia después de mi esposo que me decía: no te mueras. Te necesitamos. Nuestros hijos te necesitan.
Yo le decía, no te preocupes, pero si llévame al hospital. Estaba consciente de eso. Mi esposo puede narrar esta parte porque vio a los que hicieron esto.
Bueno, antes de todo quiero darle las gracias a la institución por darme, por haberme autorizado poder estar acá, compartir el testimonio de mi esposa. Y principalmente quiero darle gracias a Dios, porque gracias a él estoy con mi esposa aquí presente.
Bueno, así como estaba narrando ella ¿no?, cuando ella cruzó, sonó un disparo. O sea, sonó como un estallido de llanta. Entonces, yo veo que la combi se va. Y veo a mi esposa en el suelo. Con una mujer de mediana estatura con un revólver en la mano, disparándole. Entonces, yo tenía a mi hijito pequeño de un año, lo he agarrado, me he puesto de costado y he corrido hacia ella. Abre avanzado cuatro metros, me salió al encuentro un, un señor, un terrorista y me apuntó así el pecho ¿no? O sea, me apuntó así más o menos tres metros, me dijo ¿onde vas, no te muevas? Y yo le dije: ya, si ya le dispararon, váyanse por favor, déjenme. No, anda vete, te voy a matar. Pero ¿por qué me vas a matar a mí? Vete, vete.
Y para esto ya, como vivíamos cerca venían los vecinos ¿no?, varios vecinos. Vecino, ya la mataron a su esposa, no lo vayan a matar a usted. Hágalo por sus hijos. Y lo único que atiné fue quedarme parado, ver cómo la mujer le seguía disparando. Y en el último disparo o sea mi esposa se hace un costado y dispara y ya no se movió más. Entonces, medio que no, no comprendía lo que pasaba ¿no? y bueno, se fueron las señoras, dejé a mi hijo, n sé con qué vecino y corrí hacia ella, a verla. Y la veía a mi esposa. Tenía un hueco acá a la altura de la sien, una desfloración ¿no? y yo dije: ya la mataron. Y le decía: no te mueras por favor, mis hijos. Hazlo por mis hijos.
Y comencé a buscar ayuda, a buscar un carro, me paraba en la pista, abría los brazos. Me paraba así en medio y los carros se pasaban, nadie, nadie ayudaba. Y salió un vecino. Bueno, gracias a Dios salió un vecino y llegó y bueno la subimos a ella. De Cantogrande, nos fuimos directamente al B. Leguía. Y en el camino hacíamos la pregunta ¿no?, ¿por qué a nosotros?, si nunca le hemos hecho mal a nadie. Y le decía: no te mueras Ana, mis hijos. Y me acuerdo mucho de ella, de su palabra que nunca me voy a olvidar. No te preocupes Elfren, yo no me voy a morir por mis hijos, por ti, porque los amo mucho.
Hemos ido así conversando y el camino se hacía largo para llegar al hospital. Llegamos al hospital y al Rimac, le dieron los primeros auxilios, de ahí nos hemos ido en ambulancia ya este, sonando la ambulancia al hospital central. Y los doctores le preguntaban a ella ¿no?, ¿cómo te llamas?, ¿cuántos años tienes?, y ella les respondía. O sea, estaba lúcida. Y hemos llegado así hasta lo que es emergencia, en el hospital en emergencia y de ahí, de ahí ya se quedó ella con los doctores. Pasó una hora, dos horas, preguntaba yo, ¿doctor mi esposa?, y nadie me decía nada. Lo único que escuchaba, pobrecita. Ya no vive esta señora ¿no?
Y bueno, lloraba ¿no? O sea, lo único que hacía era llorar y así ha ido, pasó un día, pasó dos días. Después ya se recuperó, ya pude entrar a verla. O sea, cuando la vi a mi esposa, destrozada ¿no? O sea , la cara hinchada, le faltaba un ojo, cortado el pelo a cero. O sea, era otra persona. Bueno hasta ahí estábamos bien, ¿no? Bueno, pero está viva. Pero, cuando me dijeron ¿no sabes qué?, su esposa no va a ver. Creo que fue la parte más difícil ¿no? El doctor me dijo: ¿o le dice usted o le digo yo? Y yo le digo: doctor, déjenme que yo le diga. Entonces, digo: Ana, ya no vas a ver. Y me dijo: no importa, me dijo: tú, mis hijos van a ser mis ojos y eso es lo que normalmente.
Bueno, yo como policía, como policía en actividad yo le agradezco mucho al comando porque me apoya en todo lo que puede. Y puedo ayudar a mi esposa ¿no?, siendo útil con ella y creo que ella le puede seguir narrando más partes de esto ¿no?
Yo, quiero agradecerle sinceramente a Dios, esta segunda oportunidad de vida que me da. En verdad, era difícil, difícil saber que no vas a ver y difícil saber que tus hijos la ver una madre sana, tenían que convivir con una madre ciega, discapacitada. Pero yo le digo una cosa, yo nunca me sentí así. Cuando yo volví a la vida, sentí unas ganas de vivir que no tuve tiempo para decir estoy ciega y bueno pues, que pena. No, tenía un incentivo y unas ganas de vivir tremendas. No tenía, como le decía a mi esposo, no tengo ningún rencor, ningún odio, siento una paz dentro de mí tremenda.
Al contrario, sentía pena, pena porque la violencia no escatimiza dolores, no escamitiza que dentro de un uniforme hay un ser humano, hay una persona que tiene metas, tiene anhelos, tiene sueños. Pero mi gran motor de mi vida fueron mis hijos. Fue difícil saber, después que salí del hospital totalmente diferente. Mi dolor no fue tanto en el hospital. O sea ver que me había quedado ciega. Sino de que mis hijos no me reconocían. No me reconocían, no creían que era su mamá. Mi gran rehabilitación, fue mi familia, fue mis hijos. Al poco tiempo, deseaba vivir sola, mi institución gracias a Dios, me aprobó una casa, en ese tiempo, estaba viviendo en una casa que fue el centro de rehabilitación para mi vida.
Pude ser madre, recuperé a mi familia, recuperé a mi esposo, porque les invité a vivir una vida diferente. De repente no lo busqué pero la violencia es así. Yo quiero lo mejor para mis hijos. Yo creo que al escuchar tantos testimonios que he escuchado, la violencia genera siempre violencia. Yo creo que hay cambiar eso. Hay que cambiar el rencor, hay que cambiar el odio porque en esta turba haya más paz. Ya bastante hemos sufrido tanto de un lado como del otro. Esta Comisión de la Verdad, tiene una palabra que me busca mucho, reconciliación, a eso hay que centrarse, a reconciliarnos porque no solamente hemos sido venticinco mil víctimas, no. Bueno, hay un montón de gente, muchos colegas míos, mucha gente civil.
Yo decía ¿por qué?, yo creo que esa niña de Tarata, también decía ¿por qué? Yo creo que los hijos de la señora María Elena Moyano, dijeron ¿por qué a mi mamá?, porque la dolencia de una u otra manera no ve nada. Por eso yo espero, honestamente de esta comisión que sí ustedes han, son cirujanos, que están abriendo estas heridas que algunas están todavía con pus, de repente están en carne viva. Pues tengan esos hisopos, y todos los elementos necesarios para que pueda cicatrizar.
¿ Duele?, si duele, esta familia sufrió pero tiene muchas ganas de seguir adelante. Yo le agradezco a mi institución porque me mantiene con un deseo de vivir tremendo, la formación que me dieron fue tremenda, me ayudó mucho. Agradezco a las personas que estuvieron a mi lado en momentos muy difíciles de mi vida. Agradezco a este hombre que está a mi lado, que es mis ojos, ¿verdad? Y esos dos preciosos hijos que tengo, que son mi motor. Yo deseo que esta comisión logre sus metas, sus anhelos, porque yo sé de que esa palabra reconciliación, va a darse cuando todos los peruanos nos unamos en una sola cosa, paz, democracia pero con paz. Olvidemos lo que pasó, porque si vamos a revivirlo para no olvidarlo. Entonces, de repente estamos partiendo mal. Estará en nuestra mente, sí. Estará en nuestro cuerpo, hay muchos discapacitados, en la policía, civiles.
Pero, es necesario seguir viviendo y cambiar este Perú, que amamos tanto. Yo le deseo lo mejor a ustedes y deseo de que este testimonio de esta familia, de esta mujer que ustedes ven acá no sea solamente, revivir momentos difíciles que hemos vivido sino de que aprendamos que en dolor podemos sacar algo bueno. Y que nada, ni nadie de repente pueda amilanar el deseo de seguir viviendo. Yo le doy muchas gracias.
Bien, señora Ana Carolina Lida Chupingahua y Elfren Poemape Zorrilla, miembros de la Policía Nacional, de nuestra Policía Nacional. Queremos agradecerles por lo valiente de su testimonio y con seguridad por las enseñanzas que los aquí presentes han tomado de él. Un aspecto es la esperanza con la que ustedes transmiten de los hechos que podrían haber ocasionado tanto sufrimiento, y en cambio ven la vida con tanto optimismo y en segundo lugar el espíritu reconciliador que los anima, que debe ser también enseñanza para todo el pueblo peruano y que logremos superar estos difíciles momentos. A nombre de la Comisión de la Verdad y del Público asistente, muchísimas gracias por su testimonio.


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